1) No culpabilizarse ; sí actuar con la responsabilidad que provenga de nuestro vínculo afectivo con el adepto.
Los únicos verdaderamente culpables son el gurú, el director, el jefe o quienes estén al frente. Los padres frecuentemente se culpabilizan. Ese sentimiento muchas veces les hace creer que deberán encarar solos la tarea de reparar la situación. Es natural que suceda, pero hay que saber que la culpabilización del entorno refuerza el condicionamiento del adepto. Es contraproducente centrarse en las preguntas sobre lo que se ha hecho mal en el pasado. En cambio, es muy productivo pensar en la relación presente y futura con la víctima. La familia, generalmente, es el grupo de pertenencia más fuerte que ha tenido el adepto y, por lo tanto, el mejor para ayudarlo. Es importante que la familia vea su propio funcionamiento para que sus miembros, incluso el adepto, se sientan lo mejor posible entre ellos. En ese caso, será más probable recuperar al miembro « perdido ». Ninguna familia es perfecta. La entrada en un grupo de riesgo de un miembro puede ser la ocasión, incluso, para que una familia revise y mejore sus lazos internos y externos.
2) No intentar convencer al adepto.
Cuanto más se argumenta en contra del grupo más se convence el adepto de que la secta tiene razón. Ellos le han dicho que así actuará la familia, en contra de su « libre elección », porque no lo quieren, porque quieren someterlo, etc. Lo esencial no es debatir sus creencias, aunque sean bizarras ; ni sus cambios, aunque sean preocupantes. Hay que entender que lo esencial es el apresamiento que ha hecho el grupo. Lo ha dejado como partido en dos : por un lado, el sujeto original, quien comprende lo que proviene de su entorno pero que está incapacitado para responder a ello ; Por el otro, su nueva identidad, que escucha los argumentos de sus familiares como agresiones hacia él y el grupo, y que le generan también respuestas agresivas, que pueden desembocar en ruptura. Sobre todo, es muy importante nunca nombrar al grupo como « secta ».
3) Cuidar el lazo con el adepto del modo que sea posible.
La nueva identidad del adepto lo hace parecer más o menos artificial, falso. Por lo tanto, es muchas veces desagradable frecuentarlo. Además, muchas veces es crítico y despreciativo. Sin embargo, no hay que perder las esperanzas. Hay que seguir hablándole en los términos habituales, para reforzar los lazos de la familia, incluso si se tiene la impresión de que no escucha ni presta atención. A veces se dice que no se le debe hablar de cosas desagradables, pero la familia es como es. Hacer de cuenta que todo está siempre muy bien es seguir la misma conducta del grupo. Es mejor intentar ser lo más verdaderos que se pueda. A la perfección de ellos se puede oponer el color de la familia; al discurso sobre el amor y la caridad obligada se le puede oponer el calor de hogar. ¿Por qué no incluso llorar en su presencia, siempre que no sea un factor usado como presión ? En esos grupos todo deviene factor de presión. Es lo que hay que evitar. Si se hacen gestos similares a los del grupo se reforzará el condicionamiento y, además, será inútil. En eso el grupo siempre ganará. Es importante hablarle del pasado común y de los proyectos que correspondían a sus antiguos centros de interés, etc.
Asimismo, si recordamos lo que implica para un sujeto el trabajo del grupo sobre su pensamiento, el achatamiento que resulta de ello, la falta de sentido del humor, las dificultades para comprender niveles metafóricos de lenguaje, será sumamente importante invitarlo a actividades culturales y/o artísticas, musicales, etc.
4) Plantear límites.
Para el adepto las leyes del grupo son más importantes que las de la familia y las de la sociedad. Puede llegar, incluso, a cometer infracciones en total inconsciencia. Hay que lograr que respete ciertas normas sin por ello parecer agresivo. En ningún caso parecer moralista o bajar línea en modo autoritario, ya que él mismo se siente más moral que cualquiera del exterior al grupo. Tampoco es conveniente culpabilizarlo, o sea, usar los métodos del grupo. En todo caso se le debe manifestar el desacuerdo con tal o tal comportamiento suyo y asegurarle que eso no amenaza en nada el amor que se le tiene. Un limite primordial es nunca facilitarle dinero.
5) Buscar información sobre el grupo.
Es importante informarse lo mejor posible acerca de las características del grupo, de los nombres de sus cabecillas, de los métodos que usan, etc. Para ello no será necesario presionar al adepto ya que los grupos generalmente divulgan bastante sus datos por la red. Asimismo, será importante saber si existen grupos de ex adeptos que informen sobre el grupo. Nada de esto será usado en el vínculo con el familiar captado, sino conservado y analizado.
6) La vida continúa.
No hay que perder de vista que, a pesar de lo que le sucede a la familia con el adepto, a pesar del sufrimiento por el que pasa, la vida continúa, hay otros miembros que demandan y merecen atención. Además, el hecho de que la familia no pierda algo de su alegría, de su interés por diferentes cosas, hará que el adepto vea que es un lugar al que puede regresar, que la vida fuera del grupo no es como se la han pintado, que vale la pena mantener los lazos familiares, etc.
7) No dudar en pedir ayuda.
Todas las personas que toman conciencia de que alguien de su entorno, un padre, un hijo, un amigo, ha entrado en un grupo de riesgo vive una situación difícil para la cual las soluciones habituales, las que aparentemente son de sentido común, fracasan. Muchos se encierran en una soledad vergonzosa. No se debe actuar así. Es muy importante elegir, en el círculo de los próximos, personas que hayan sido suficientemente valoradas por el adepto para compartir el fardo, la carga de la situación. Puede también ser muy útil contactarse con otros que estén o hayan estado en la misma situación. Si fuera preciso, no hay que dudar en buscar ayuda profesional especializada.
8) Nunca perder ni la esperanza ni la paciencia.
Hay que recordar que el sujeto original está siempre allí. Puede ser que los desplantes, las agresiones y los desprecios hagan dudar de su presencia, lleven a pensar, por ejemplo : « Ese ya no es mi hijo ». Ese es el momento más peligroso para una familia y, por lo tanto, para un sujeto captado. Es el momento en que la familia, herida en su amor propio, llega a rechazar, a no reconocer a su miembro. Es el momento en que puede aceptar resignarse a perderlo. Es el momento en que puede llegar a entregarlo definitivamente al grupo. Es el punto ante el cual se deben redoblar las alertas pues el grupo es, entonces, el que llevaría todas las de ganar.
El sujeto original está siempre allí, más o menos sometido, aplastado, atrapado, pero no puede desaparecer. Hay que seguir hablándole de las cosas que antes quería, de la gente que valoraba, del amor que se le tiene.
9) Preparar la salida.
Cuando pueda salir del grupo, el adepto tendrá necesidad de tres tipos de informaciones :
- a) acerca de lo que es la dominación, en un sentido amplio y en el sentido que tiene para los grupos de riesgo ;
- b) acerca de las características precisas del grupo en el que ha estado ;
- c) acerca de lo que ha sucedido dento de su entorno durante el tiempo en el que ha estado ausente/sometido.
El tiempo de un grupo de riesgo es una eterna repetición de los mismos actos y de las mismas emociones. Es necesario ayudar al adepto a retomar el movimiento de su historia. Un buen modo podría ser darle a leer una especie de racconto -que se ha ido preparando mientras estaba atrapado- de lo que ha pasado en el entorno en ese tiempo. Sería interesante que pudiera incluir los cambios de sus actitudes y comportamientos ; que reproduzca algunas conversaciones sorprendentes que se mantuvieron con él ; que le muestre los indicios de que ha estado bajo coerción. Asimismo, que ese relato le sirva para seguir la evolución que tuvieron las relaciones con él, con anécdotas que se ha perdido o que ha interpretado erróneamente por estar dentro de un grupo así. Esta lectura le servirá para « zurcir », para reparar, el agujero que el grupo ha cavado en su vida.